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Tuesday, September 06, 2005

 

Cognición y Pensamiento Social


El Yo en el Mundo Social; el Autoconcepto

Nuestra percepción del Yo nos ayuda a organizar nuestros pensamientos y acciones. Cuando procesamos información con referencia a nosotros mismos la recordamos bien (“efecto de referencia de sí mismo”). Los elementos de nuestro autoconcepto son los esquemas de sí mismo específico que guían nuestro procesamiento de la información relevante para el yo y para los posibles yo con que soñamos o a los que tememos. Nuestra autoestima es una sensación global de valía de sí mismo que influye en la forma como valoramos nuestros rasgos y habilidades.

Qué determina nuestro autoconcepto? Hay múltiples influencias que incluyen los roles que asumimos, las comparaciones que hacemos, como percibimos la valoración que los demás hacen de nosotros y nuestras experiencias de éxito y fracaso. También las culturas moldean el Yo. Algunos, especialmente en las culturas occidentales individualistas asumen un yo independiente . Ello contribuye a las diferencias culturales en el comportamiento social.

Nuestro autoconocimiento es curiosamente defectuoso. Con frecuencia no sabemos por qué nos comportamos como lo hacemos.

Varias líneas de investigación muestran los beneficios de tener sentimientos de autoeficacia y autocontrol. La gente que cree en su propia capacidad y efectividad y que tiene un locus interno de control, se las arregla mejor y logra más que aquella que ha aprendido a tener una visión pesimista de indefensión.


La Predisposición al Servicio del Yo

A diferencia de la suposición de que la mayoría de la gente sufre de baja autoestima o de sentimientos de inferioridad, los investigadores sistemáticamente han encontrado que la mayoría de la gente presenta una predisposición al servicio del yo. En los experimentos y en la vida diaria echamos la culpa de los fracasos a la situación, mientras que nos damos crédito por los éxitos. De forma típica nos calificamos como superiores al promedio en los rasgos y habilidades deseables y subjetivas. Al creer en nosotros mismos presentamos un optimismo irreal acerca de nuestro futuro. Sobrestimamos la frecuencia de nuestras opiniones y flaquezas ( falso consenso ) mientras que subestimamos la frecuencia de nuestras habilidades y virtudes ( falsa singularidad ) . Tales percepciones surgen, en parte por una razón, para mantener y realzar la autoestima, razón que protege a la gente de la depresión, pero que contribuye al juicio errado y al conflicto grupal.

Autorrepresentación

Como animales sociales, modificamos nuestras palabras y acciones para complacer a nuestra audiencia. En mayor o menor grado nos automonitoreamos ; registramos nuestro comportamiento y lo modificamos para crear una impresión deseada. Tales tácticas de manejo de la imagen explican los casos de falsa modestia en los que las personas se menosprecian, elogian a los futuros competidores o dan créditos a otros públicamente, mientras que en privado dan crédito a sí mismos. Algunas veces la gente llega incluso a autolimitarse , con comportamientos autoderrotistas que protegen su autoestima al proporcionar excusas sobre el fracaso.

Creencias y Juicios Sociales; explicando el comportamiento de los demás

Quienes investigan la atribución estudian la forma como explicamos el comportamiento de las personas. ¿Cuándo hemos de atribuir el comportamiento de alguien a una disposición personal y cuándo a la situación? Por lo general hacemos atribuciones razonables. Sin embargo, cuando explicamos el comportamiento de otras personas con frecuencia cometemos el error de atribución fundamental ( también llamado sesgo de correspondencia ). A tal grado atribuimos el comportamiento de los demás a sus rasgos y actitudes internas, que damos por descontadas las restricciones de la situación, aún cuando éstas sean tan obvias. Si un globo se mueve porque es empujado por un viento invisible, no suponemos que lo hace por propulsión interna. Pero como las personas no son objetos inanimados, entonces cuando una persona actúa, con más frecuencia damos por descontados los vientos de la situación e imaginamos la propulsión interna.

Cometemos este error de atribución, en parte porque cuando vemos actuar a alguien, esa persona es el foco de nuestra atención y la situación está relativamente invisible. Cuando nosotros actuamos, nuestra atención usualmente se centra en aquello a lo que reaccionamos; la situación es más visible. De esta manera somos más sensibles a las influencias de las situaciones sobre nosotros mismos.

Construcción e interpretación de recuerdos

Nuestras preconcepciones decididamente influyen en la forma como interpretamos y recordamos los eventos. Experimentalmente, los prejuicios de las personas tienen efectos notorios sobre la forma como perciben e interpretan la información. Otros experimentos en los que se inculcan juicios e ideas falsas después de que se ha suministrado la información, revelan que así como los juicios “a priori” sesgan nuestras percepciones e interpretaciones, también los juicios “a posteriori” sesgan nuestros recuerdos.

Juzgar a los demás

Los psicólogos dedicados a la investigación han explorado por mucho tiempo la impresionante capacidad de la mente para procesar información. Tenemos una enorme capacidad para el pensamiento automático, eficiente e intuitivo. Nuestra eficiencia cognitiva, aunque adaptativa por lo general, se presenta a costa del error ocasional. Puesto que por lo general no somos conscientes de que estos errores infiltran nuestro pensamiento, puede ser importante que identifiquemos la manera en que nos formamos y mantenemos las falsas creencias.

En primer lugar con frecuencia sobreestimamos nuestros juicios. Este fenómeno de exceso de confianza es en parte producto de la mayor facilidad con las que nos podemos imaginar las razones por las que podríamos estar en lo correcto en lugar de estar equivocados. Además, somos más dados a buscar información que pueda confirmar nuestras creencias que información que la desapruebe.

En segundo lugar, cuando se nos presentan anécdotas persuasivas o inclusive información inútil, con frecuencia nos desentendemos de la información tasa-base . Esto se debe en parte a la facilidad para recordar ( “disponibilidad” ) información vívida.

En tercer lugar, con frecuencia estamos dominados por la ilusión de la correlación y del control personal. Es tentador percibir las correlaciones donde no existen ( “correlación ilusoria” ) y pensar que podemos predecir y controlar los eventos que se presentan al azar (“ ilusión de control “)

Para finalizar, los estados de ánimo influyen en nuestros juicios. Los estados de buen humor, y los de mal humor, desencadenan recuerdos y experiencias que se asocian con éstos estados de ánimo. El humor influye en nuestra interpretación de las experiencias cotidianas y al distraernos, también pueden hacer que pensemos de manera más superficial o más profunda cuando realizamos juicios.

Creencias que se autorrealizan

Nuestras creencias en ocasiones toman vida propia. Por lo general nuestras creencias sobre los demás están basadas en la realidad. Pero los estudios sobre el sesgo del experimentador y las expectativas de los profesores demuestran que la creencia errónea de que ciertas personas son especialmente capaces (o incapaces) puede llevar a los profesores e investigadores a dar a estas personas un tratamiento especial. Esto puede provocar un desempeño superior (o inferior), dando así la impresión de que se confirma una suposición que en realidad es falsa. De manera similar, en la vida cotidiana con frecuencia obtenemos la “confirmación del comportamiento” sobre lo que esperamos.

Comportamientos y actitudes; Las actitudes determinan el comportamiento?

¿Cómo se relaciona nuestras actitudes internas con nuestras acciones externas? Los Psicólogos sociales están de acuerdo en que las actitudes y las acciones se alimentan mutuamente. La sabiduría popular hace énfasis en el impacto que tienen las actitudes sobre las acciones. Sorprendentemente las actitudes, vistas por lo general como los sentimientos hacia un objeto o una persona, con frecuencia predicen de manera pobre las acciones. Es más, típicamente el cambio en la actitud de las personas no produce un gran cambio en su comportamiento. Estos hallazgos hicieron que los psicólogos sociales se apresuraran a averiguar por qué con tanta frecuencia no seguimos las reglas del juego de las que hablamos. La respuesta es que, tanto nuestra expresión de las actitudes como nuestro comportamiento están sujetos a muchas influencias.

Nuestras actitudes podrán predecir nuestro comportamiento (1) si esas “otras influencias” se minimizan (2) si la actitud se corresponde de manera muy estrecha con el comportamiento predicho (como en los estudios de votación) y (3) si la actitud es fuerte (porque algo nos la recuerde o porque la hemos adquirido por experiencia directa). Así pues existe una conexión entre lo que pensamos y sentimos y lo que hacemos, pero en muchas situaciones tal conexión es más débil de lo que quisiéramos creer.

¿ El Comportamiento determina las actitudes ?

La relación actitud-acción también funciona en dirección contraria. Tenemos tendencia no sólo a actuar siguiendo una forma de pensar sino a elaborar una forma de pensar de acuerdo con nuestras acciones. Cuando actuamos, amplificamos la idea subyacente a tal acción, en especial, cuando nos sentimos responsables de ella.

Otras fuentes de evidencia están de acuerdo con este principio. Las acciones determinadas por el rol social moldean la actitud de quien desempeña el papel. La investigación del fenómeno del “pie en la puerta” revela que el establecer un pequeño compromiso conduce a que más adelante las personas estén más dispuestas a contraer uno mayor. Las acciones también afectan nuestras actitudes morales. LO que hemos hecho tendemos a justificarlo como correcto. De igual manera, nuestro comportamiento racial y político contribuye a dar forma a nuestra conciencia social. No solamente defendemos aquello que creemos; también creemos aquello que defendemos.

¿ Por qué las acciones influyen sobre las actitudes ?

Existen tres teorías que compiten en explicar por qué nuestras acciones influyen sobre nuestras evaluaciones de la actitud. La Teoría de la Autorrepresentación supone que las personas, especialmente las que automonitorean su comportamiento con la esperanza de dar una buena impresión, modificarán sus evaluaciones sobre la actitud para dar la impresión de coherencia con sus actos. La evidencia disponible confirma que las personas modifican sus planteamientos sobre la actitud como resultado de lo que los demás puedan pensar. Sin embargo, lo anterior demuestra que también ocurre algún cambio genuino de actitud.

Las otras dos teorías proponen que nuestros actos desencadenan cambios genuinos de actitud. La Teoría de la Disonancia explica este cambio de actitud al suponer que experimentamos tensión después de actuar en contra de nuestra actitud o tomar una decisión difícil. Para reducir este estímulo justificamos internamente nuestro comportamiento. La Teoría de la Disonancia propone además que entre menor justificación externa tengamos para realizar un acto indeseable, más nos sentiremos responsables de él y en consecuencia aparecerá una mayor disonancia y un mayor cambio de actitud.

La Teoría de la AutoObservación supone que cuando nuestras actitudes son débiles, simplemente nos limitamos a observar nuestro comportamiento y sus circunstancias y a inferir nuestras actitudes. Una implicación interesante de la Teoría de la Autoobservación es el “efecto de sobrejustificación” . Recompensar a las personas por hacer lo que les gusta puede transformar el placer en monotonía (si la recompensa los lleva a atribuir su comportamiento a ésta). Hay evidencia que apoya la predicción de ambas teorías sugiriendo que cada una describe lo que ocurre bajo ciertas condiciones.

Fuente: Psicología Social; D Myers; Mc Graw Hill, año 2000

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